La mirada de Medusa |
Nadaba en aguas transparentes y serenas. Todo a mi alrededor era belleza y la felicidad de aquel preciso instante era sencillamente estar vivo. Estaba desaforadamente vivo. Cada movimiento de mis brazos, las cambiantes sensaciones del agua a mi alrededor, eran una celebración,un puro alarde de la vida que me regocijaba.
Entonces deseé nadar muy lejos, hacia el mar abierto, sin medir mis fuerzas. Despreciando el miedo, insensato, me distancié de la costa, deslizandome por aguas más frías y progresivamente más oscuras.
¿Cómo describir lo que sentí entonces? Un latigazo cruel, un mordisco ácido, el impacto lacinante de un dardo envenenado en mi brazo. Pero el brazo era lo de menos. Por encima del dolor, directamente en el corazón, una inyección de miedo paralizante. Un espejo estallando dentro de mi alma, un sonido desgarrador y penetrante.
¡Medusa! Pensé, aunque no llegue a verla. Pero ella si me había visto a mi. Había mirado directamente a mi alma con sus mil cabezas de serpiente. Entonces note el sabor de la piedra en la médula de los huesos, inundando mi corazón con el miedo y la desolación. No había esperanza.
Me imaginé inmerso en un banco de medusas, a merced de sus tentáculos urticantes, perdido de mi mismo. Por fortuna aún quedaban calor y vida dentro de mí. Alocadamente al principio, y resignado y dolorido al cabo de un rato, regresé nadando hacia la costa. En mi brazo derecho palpitaba el recuerdo quemante de la mirada de Medusa y me tumbé a descansar en la playa, rodeado de una belleza que había palidecido casi imperceptiblemente.
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